domingo, 24 de julio de 2011

Kino llega al río Colorado


El 24 de septiembre de 1700, Kino partía nuevamente con la intención de descubrir la peninsularidad de California. No contamos con otro diario de esta expedición que el suyo, donde el misionero escribe que lo acompañaban diez sirvientes indígenas y sesenta bestias. En la primera parte del viaje siguió el camino ya conocido de Dolores y Remedios, aunque llegando al cauce del Arroyo Comaquito cambió su ruta: en vez de seguir a la derecha, cauce arriba a Cocóspera y San Lázaro, torció a la izquierda y, yendo por el río que va a desembocar a Imuris, dirigió sus pasos rumbo a San Ignacio, remontó ese arroyo y poco más adelante menciona por primera vez a Síboda (actual Cíbuta), donde tenía una estancia ganadera con un millar de cabezas de ganado y cuatro manadas de yeguas. Pero su meta era ir al oeste, y frente a él estaban los obstáculos de las sierras de Cíbuta y Guacomea que alcanzan los mil metros sobre el nivel del terreno.

Para remontarlas, probablemente continuó cerca de la ruta de la carretera de terracería que hoy une a Nogales con La Arizona y Sáric, ya que el próximo lugar que menciona es Búsanic. Desde allí, siguiendo por el río Altar hacia el Norte, llegó hasta Tucubavia y luego casi en recta a través del desierto con rumbo al noroeste, pasó por rancherías cuyo nombre se pierde en la bruma de los tiempos donde bautizó a los nativos que se le acercaban. Su meta era llegar hasta la sierra que hoy conocemos como de Gila Bend, precisamente hasta donde había llegado en su expedición de 1699.

Finalmente arribó a ese lugar y, acudiendo a su texto, leemos: “aquí corre el río como ocho leguas al norte y después sale otra vez al poniente. En el camino nos dieron mucho pescado, así crudo como tatemado, que aunque tenían sus milpas de maíz y frijol y calabaza y sandías, todavía el frijol y el maíz no estaban maduros. Dormimos en un buen paraje, de muy buenos pastos, que le pusimos de Las Sandías, pues las había en un pingüe arenal, al pie de un cerro que desde su cumbre se divisa muy patentemente la California, y hoy era día de San Bruno, patrón de la California.” Era el aniversario de su llegada a San Bruno, diecisiete años antes, y el lugar se encontraba un poco al oeste de Dome, Arizona actual.

Pero dejemos que el misionero nos narre: “…a las cuatro leguas de camino, paramos junto a una ranchería, que estaba de la otra banda del río”. Eran las cercanías de la actual población de Yuma, en Arizona. “Y mientras despaché unos amigables recaudos a las demás rancherías de los alrededores con el gobernador y con el alcalde y con mi mayordomo de Nuestra Señora de los Dolores, con las cuatro mejores cabalgaduras mulares que llevábamos, subí a un cerro del poniente, y a donde entendimos ver la Mar de la California, y mirando y divisando hacia el sur y hacia el poniente y sudoeste con anteojo y sin anteojo de larga vista más de treinta leguas de tierras llanas [más de 120 kilómetros], sin mar alguna, y la junta del Río Colorado con este Río Grande (o Río de Gila, o Río de los Apóstoles), sus muchas arboledas y campiñas.” 

Era la confluencia de los ríos Gila y Colorado: “…y volviendo a nuestro paraje, comimos, añadiendo unos dulces por el consuelo que y gracias al Señor, habíamos dado vista a las tierras pertenecientes a la California sin que hubiera mar de por medio que apartase estas tierras de ella.” Es decir, dedujo correctamente que California debía extenderse al Oeste del río Colorado, y que el Delta de éste estaría más hacia el Sur. Había cumplido la meta de esa expedición y debía regresar, aunque iniciando su viaje  lo alcanzaron unos emisarios nativos que le pidieron visitarlos más al Norte. No podía negarse. Aprovechando un vado del río Gila, lo cruzó y “a las ocho leguas de muy buen camino, llegué a los primeros yumas del muy caudaloso Río Colorado … Este caudalosísimo, pobladísimo y fertilísimo río Colorado que sin falta es el mayor que tiene toda la Nueva España, es el que los antiguos cosmógrafos llamaron … el Río del Norte,” y dedujo que su posición estratégica permitiría  que, siguiéndolo, pudiese comunicar con los indios Moquis, “misiones pertenecientes al Nuevo México, y no habrá riesgo que por esta parte embaracen la entrada los apaches.” Sólo faltaba llegar al Delta y cruzar el río en otras expediciones posteriores, pero lo esperaba la corrida de ganado en la Pimería Alta, por lo que decidió regresar después de recorrer unos 1,500 kilómetros en cinco semanas; acababa de cumplir 55 años de edad.




domingo, 17 de julio de 2011

Las conchas azules

Desde siempre, Kino buscó establecer un puente entre la Nueva España y el Lejano Oriente –su ambición de juventud- por lo que sus viajes pimalteños estuvieron dirigidos a ese fin. Debido a ello, al regresar de la primera expedición al desierto sonorense en 1699 al actual Estado de Arizona (que obviamente entonces no existía), a Kino ya le inquietaba resolver la procedencia de las conchas azules (hoy sabemos que son de abulón, “haliotis fulgens”), cuyos iridiscentes  interiores había encontrado en la costa californiana del Pacífico durante su estancia californiana, y que después viera que usaban los nativos en Sonora. Eso le decía que los indígenas sonorenses las comerciaban con los de California, es decir que debía haber comunicación por tierra entre ambos, o sea que California es península y por lo tanto podría servir como estación intermedia de ese puente.

La peninsularidad califórnica se había descubierto desde la expedición de Fernando de Alarcón en 1540, aunque se había olvidado con el paso de los años y nuevamente se creía que era una isla. Por eso, cuando Kino atisbó en repetidas ocasiones la costa califórnica desde la de Sonora, percibió cómo gradualmente se acercaban entre sí hacia el Norte, y en la expedición de 1698, desde: “… el muy alto cerro o antiguo volcán de Santa Clara, divisé patentísimamente, con anteojo y sin anteojo, el encerramiento destas tierras de la Nueva España y de la California y el remate desta Mar de la California y el paso por tierra que en treinta y dos grados de altura había” es decir, desde lejos vislumbró que se comunicaban Sonora y California. La meta ahora se convertiría en verificar, sobre el terreno, esa comunicación. El obstáculo era el calor y falta de agua en el desierto de Sonora que se interponía.

Y en su primer viaje de 1699, cuando llegó junto con Manje y el Padre Adamo Gilg hasta cerca de la confluencia de los ríos Gila y Colorado, los nativos les darían a los expedicionarios conchas azules, lo que avivó la curiosidad de los europeos sobre su origen. Además, al saber el Padre Juan de Salvatierra en California, donde se encontraba, de la posible comunicación por tierra entre Sonora y California, le propuso a Kino que fuera por barco a California y desde allí realizaran, juntos, una expedición por tierra desde California a Sonora para determinar esa peninsularidad. Sin embargo, Kino optó por invitar al Padre Visitador, Antonio Leal, y como vimos en el artículo anterior, partieron de Dolores a fines de ese año de 1699, aunque no tuvieron éxito y debieron regresar.

Después de su regreso, según nos lo cuenta el mismo Kino, “hallándome en 29 de marzo de 1700 en el pueblo de Nuestra Señora de los Remedios, un gobernador de cerca del río Grande y otros naturales pimas me trajeron una santa cruz con una sarta de veinte conchas azules,” regalo que llevó a que el misionero planeara otra expedición más a buscar el origen de esas conchas, es decir, la peninsularidad californiana.

Así fue cómo, el 21 de abril de 1700 partía con diez indígenas de Dolores y “…cincuenta y tres cabalgaduras…” y recorrieron el camino ya conocido hasta San Xavier del Bac. Estando allá, nuevamente se alteraron sus planes cuando llegaron noticias que impedían continuar la expedición, ya que posiblemente se iniciaba otra campaña contra los Sobas. Sin embargo, el misionero convocó a una gran asamblea de indígenas:  “y desde este gran valle de San Xavier procuré hacer e hice las diligencias de saber si las conchas azules venían de otra parte que de la contracosta de la California, con lo cual despaché varios propios a todas partes… con especialidad al poniente y al noroeste a llamar a varios gobernadores pimas, opas y cocomaricopas, desde cerca del río Colorado, para informarme, con la individualidad posible, de las conchas azules y del paso por tierra a la California.” 

Pocos días después llegaban los mensajeros indígenas y juntos realizaron “varios exámenes acerca de las conchas azules que se traían del noroeste y de los yumas y cutganes, que conocidamente venían de la contracosta de la California y de aquella mar, diez o doce días de camino más remota que esta otra Mar de la California, en la cual hay conchas de nácar y blancas y otras muchas, pero no de aquellas azules que nos dieron en los yumas.”

La deducción de Kino se reforzaba por lo que decían los indígenas y únicamente faltaba verificarla sobre el terreno por medio de una expedición que encontrara ese paso por tierra. Sólo nos queda la duda de las implicaciones que hubiera tenido para la historia del noroeste novohispano en caso de que Kino hubiera aceptado la oferta de Salvatierra de encontrar ese paso, acompañándolo por tierra desde California.

lunes, 11 de julio de 2011

Otra expedición al Desierto de Sonora

Después del regreso de Kino de su viaje de febrero y marzo de 1699 al río Gila, cuando habían llegado hasta cerca de la confluencia con el Colorado, el nuevo Visitador de las misiones Jesuitas, Antonio Leal, le pidió a Kino que escribiera un libro acerca de su labor en la Pimería Alta. Así, nuestro misionero inició su clásica obra, Favores Celestiales, y para mostrarle los logros misionales, le propuso a Leal que lo acompañara en otra expedición, oferta que recibió éste de muy buena gana.

Juan Matheo Manje, un personaje casi desconocido de  nuestra historia, nos informa que hubo otras razones por las que se decidió hacer esta nueva entrada.  Haciendo gala de sus conocimientos “…en la catóptrica o especularía…”, nos describe cómo los enemigos de Kino habían iniciado otra campaña, tergiversando los logros y convirtiéndolos en una sucesión de fallas, en un espejismo, en algo parecido a lo que sucede con un proyector de transparencias que: “…mediante unas pequeñas vitelas de miniatura imperceptible a la vista, con una candela y vidrios graduados en una linterna, reflejando en grandes imágenes, adornan toda una sala de ricos cuadros de finísimos colores y pintura, sin ser más que las toscas paredes de la sala…” El espacio no me alcanza para describir extensamente la fuente de estos conocimientos del explorador aragonés, aunque puedo agregar que asociaría los proyectores de transparencias que había visto en su infancia en la lejana Huesca con lo quimérico de los embustes de los enemigos.

Así, se reunieron con Kino el Padre Leal, a quien acompañaba el Padre Francisco Gonzalvo, incorporándoseles también Manje y los soldados Antonio Ortiz y Diego Rodríguez, 60 cabalgaduras y el equipo necesario para la expedición, y partieron el 24 de octubre de Dolores. Intentaban llegar hasta la confluencia del Gila con el Colorado, que Manje había atisbado desde la expedición de marzo. Pasaron por Remedios, por Cocóspera y San Lázaro, donde “antiguamente, tubo en este puesto Juan Martín Bernal, español, una estancia de ganado vacuno y cavalladas de más de 6 mill cavesas…” para seguir ahora río arriba del Santa Cruz. Dejaron a un lado un poblado hoy desaparecido, Quiquibórica, donde hoy únicamente una gran cruz de cemento define el lugar, y llegaron a dormir a San Luis Bacoancos, actual Centauro de la Frontera. Continuando por el río, cruzaron un punto invisible que marca una frontera internacional que entonces no existía, y dejaron atrás a Guevavi , Tumacácori, y el día 29 llegaban a San Javier del Bac.



Estando allí, Manje describe un incidente que merece ser repetido: él, los soldados y el padre Leal subieron el cerrito ubicado a un lado de San Javier y encontraron en su cima: “…una trinchera de pared de piedra, con una plaza en medio, en cuyo centro estaba una piedra blanca, como pira o pilón de azúcar, de media vara en alto, y clavada en el suelo; y conjeturando si sería algún ídolo en que idolatraban los indios gentiles, forcejeando, arrancamos la piedra que estaba, una tercia, clavada; y quedó hecho un hoyo redondo sin que, aquel entonces, apercibiésemos ni conociésemos nada; hasta que bajando, luego, del cerro y, antes de llegar a la ranchería, se levantó tan grande y furioso aire y huracán que nos derribaba en el suelo, sin dejarnos andar por lo furibundo del ímpetu con que ventilaba. Los indios que, de ellos nadie había subido con nosotros, al furioso viento que se levantó, empezaron a gritar con alboroto diciendo “Uburiqui cupioca,” en que decían que la casa del aire les habíamos abierto…. Por la mañana, dijeron subieron a cerrar el hoyo los indios, y cesó totalmente el recio huracán, y quedó en día sereno y apacible…” Actualmente, el turista puede ascender el cerrito para encontrar una oquedad que ha sido convertida en capilla religiosa, y desde la cumbre atisbará el valle donde hoy se extiende la ciudad de Tucsón.

El cerrito del volcán en la actualidad, en San Xavier del Bac

Estando en San Javier, la situación se complicó. Dos indígenas enfermaron y la escolta de soldados que les habían prometido no llegó porque había ido a combatir apaches alzados. Así, decidieron que Leal y Gonzalvo regresaran llevando a los enfermos y pasaran por Tubutama, mientras que Kino y Manje realizarían un viaje de adoctrinamiento. Un recorrido a caballo de más de 500 kilómetros en un circuito por el desierto sonorense los llevó hasta Sonoita, a donde llegaron el día 10, de donde regresaron un día después, “…caminando un día y noche sin dormir, si no es que cuatro horas; a 60 leguas andadas,” o sea 240 kilómetros, alcanzaron a Leal en Búsanic, cerca de Tubutama el día 11. De allí todo era conocido: Magdalena, San Ignacio, Remedios y Dolores, a donde llegaron el 18 de noviembre.

lunes, 4 de julio de 2011

La Dama en Azul y la cristianización de América


Habiendo llegado ese febrero de 1699 hasta donde el río Gila rodea por el norte la sierra del mismo nombre, Manje quería continuar, aunque los Padres Kino y Gilg no quisieron para no contrariar a los nativos, aunque “al sestear los Padres, me fui a caballo con el gobernador Francisco Pintor, el intérprete de las dos lenguas, y otros indios; y, encumbrando a la cima de un cerro alto, hacia el poniente, me enseñaron la junta de un valle y ancha arboleda que venía como de norte al sur, que vi palpablemente; y me dijeron era la junta del río Colorado con este Grande.”

Aquí debo agregar que el Francisco Pintor, de quien habla Manje, fue un famoso indígena que vivió al Norte de Cucurpe, en un lugar que actualmente es un rancho que lleva el nombre de El Pintor. Pues bien, en el lugar hay una roca que muestra una extraña colección de símbolos, que es muy probable se deban a la iniciativa de este personaje. Y por otro lado, aunque  no sabemos con certeza cual haya sido el punto desde donde Manje divisó la confluencia de los ríos, de cualquier manera, fue él quien descubrió que ambos se unían antes de desembocar en el mar.

La ruta expedicionaria de ese viaje de inicios de 1699


Manje llevaba consigo una copia manuscrita de las Relaciones de Gerónimo de Zárate Salmerón sobre Nuevo México, que le había dado el historiador franciscano Agustín Betancurt en la ciudad de México. Allí aparecía la expedición de Juan de Oñate, casi un siglo antes, desde Nuevo México al Colorado. Y queriendo comprobar lo dicho por Salmerón, Manje les preguntó a los indios si tenían memoria de algún capitán español que hubiera llegado a esas regiones y le respondieron que sí, que había pasado con un grupo de gente armada rumbo al mar y luego regresado rumbo al oriente.

Pero eso no fue todo. También le hablaron que “siendo ellos muchachos vino a sus tierras una mujer blanca y hermosa, vestida de blanco, pardo y azul, hasta los pies, y un paño o velo con que cubría la cabeza, la cual les hablaba, gritaba y reñía, con una cruz, en lengua que no entendían; y que las naciones del río Colorado la flecharon y dejaron por muerta, dos veces, y que, resucitando, se iba por el aire, sin saber dónde era su casa y vivienda; y a los pocos días, volvía muchas veces a reñirlos. Lo mismo nos habían dicho, cinco días antes, en la ranchería de San Marcelo [actual Sonoita]… y confirmando esto en lugares tan apartados, discurrimos si, acaso, será la venerable Madre María de Jesús Agreda, por decir la Relación de su vida que, por los años de 1630, predicó a los indios gentiles de esta Septentrional América y contornos del Nuevo México…”

Manje se refería a la Relación del franciscano Alonso de Benavides, quien trabajara en Nuevo México y recogiera esa leyenda entre sus nativos, enlazándola con la historia de la Madre María de Jesús de Agreda (María Coronel y Arana, 1602-1665). María Coronel, nacida en Soria, provincia de Agreda, en la península ibérica, al aproximarse a los veinte años de edad empezó a pasar por “exterioridades” que la llevaron a entrar a la vida conventual, a donde la fama de sus experiencias espirituales la siguió. Escribiría catorce libros, de los que el más conocido es la Mística Ciudad de Dios (la portada que muestro en seguida corresponde a una edición posterior, hecha en Bélgica).



En 1635 intervenía la Inquisición; ordenaba averiguar si ella “se arroba en público, y si reparte  cruces y quentas, y qué gracia dize que tienen…” así como el fenómeno de la bilocalización que se le atribuía, ya que aunque jamás salió de España, era fama conocida de “ir o ser llevada a algunos Reynos de las Indias muy remotos a convertir y catequizar los Indios…” aunque la investigación no resultó en nada, por lo que nuevamente en 1648 iniciaba otra, en la que la Inquisición legó a la conclusión de que “Es católica y fiel cristiana, bien fundada en nuestra santa fe, sin ningún género de ficción ni embeleco del demonio,” conclusión que se envió al Rey Felipe IV, quien le escribió un mensaje, felicitándola, lo que a su vez llevó a  un intercambio epistolar entre la monja y el Rey, más de 600 cartas, que la convirtieron en consejera espiritual y política de la corona Española.

Sor María de Agreda

Ella moriría en 1661, y poco después fue declarada Venerable por la Iglesia, aunque el proceso de beatificación se frenó. Actualmente, su cuerpo incorrupto se venera en el convento de Agreda que ella dirigió durante su vida adulta, y su Mística Ciudad de Dios aún hoy tiene vigencia, ya que por ejemplo sirvió de inspiración a Mel Gibson para filmar la película La Pasión de Cristo.

Manje, quien también había leído a la monja, se basaría en sus cartas para escribir los dos últimos capítulos de la Primera Parte de su Luz de Tierra Incógnita. Así inició este mito en el que se mezclan elementos de la conversión indígena americana, la bilocalización y la mentalidad medieval cuyas leyendas intentaban racionalizar el fenómeno americano.

Después de atisbar desde lejos la confluencia entre los ríos Gila y Colorado, Manje bajó del cerro para reunirse con los misioneros, para iniciar  su viaje de regreso a Dolores, interrumpido por una tormenta que enfermó al Padre Kino, al grado de que: “se le hincharon los pies y piernas [y] le dio tales vómitos de cólera, que, viendolo debilitado y con desmayos que le daban, paramos con muchos trabajos” hasta que, al fin de una semana de esperar, llegaron a Dolores.